Alejandro Coccia
Periodista
Creo que la de la Naranja es una historia de amor, una historia de pasiones, en la que las partes entregaron lo mejor de sí. Muchos se desvivieron por vestir esa camiseta, la idolatraron y se apasionaron por jugar con ella, y esa camiseta les devolvió una identidad. A tal punto que nos hizo verlos, en nuestra condición de testigos, como mejores jugadores de lo que eran. La camiseta transformó muy buenos jugadores en excelentes y eso se da cuando existe una química muy especial.
Me tocó ver algunos de los momentos salientes en los que fue forjándose esa mística, desde la victoria en el Argentino de 1985 sobre Buenos Aires -que en realidad era el equipo de Los Pumas- en la cancha del club San Martín. Ese día, con el dominio de los forwards, Tucumán ganó con total autoridad. Molió a tackles a Buenos Aires y no lo dejó hacer nada. Así conquistó por primera vez el Campeonato Argentino, lo que después se hizo un hábito.
Ese triunfo sobre Buenos Aires fue también un acto de rebeldía, de la mano de un mendocino como Alejandro Petra, frente al poder instituído que estaba centralizado en la Capital.
Pero no olvidemos el antecedente de 1982, cuando Tucumán le gana como local a un equipo de Los Pumas. De ese partido me acuerdo de una foto en la que aparecían trenzados los dos capitanes, Hugo Porta y el “Gallo” Cabrera.
Me tocó también presenciar los logros internacionales: el empate ante Francia con los 18 puntos de Santiago Mesón y después la victoria sobre los propios franceses, cuando remontan la tremenda desventaja del primer tiempo. Esa fue una noche increíble.
Hugo Porta
Ex capitán de Los Pumas
El valor de una camiseta está dado por un intangible que no se ve y es la pasión con la que juega quien la viste. Esa pasión y el orgullo de quienes representaron a Tucumán con la naranja es un legado que el rugby tucumano no debe perder. Mi cariño y mi admiración para los que hicieron de la Naranja un símbolo.
Carlos Araujo
Ex presidente de la UAR
Es bueno recordar momentos de equipos argentinos que fueron trascendentes. La Naranja lo fue por ese espíritu de lucha que siempre demostró y por esa garra tan formidable propia de Tucumán. Me tocó conocer a varios de esos jugadores y eran muy fuertes sus convicciones, muy aguerridos en su forma de pensar. Tengo los mejores recuerdos de esa camada de jugadores notables y no puedo dejar de reconocer que hicieron más grande al rugby de Tucumán.
Jorge Búsico
Periodista
La Naranja es un símbolo del rugby argentino. La camiseta con más tradición y peso después de la celeste y blanca. Representa, además, a una provincia donde el rugby se siente como en pocos lugares. Tucumán fue el que rompió la hegemonía de Buenos Aires en el Argentino, el seleccionado que le ganó a Francia y que le hizo frente a todas las potencias que fueron a desafiarlo. De esos enfrentamientos en las noches calientes, con la gente pegada al alambrado, gritando y alentando, se hizo fuerte Sudáfrica para ganar dos años más tarde la Copa del Mundo de 1995. A la Naranja la vistieron grandes Pumas y se referencia con el “meta maul, Tucumán”. La Naranja es un pedazo grande del rugby nacional.
Sebastián Perasso
Ex jugador, autor de varios libros sobre rugby
Por una cuestión generacional desde muy pequeño crecí viendo y admirando al seleccionado de rugby de Tucumán. Recuerdo en mi juventud aquel equipo de Tucumán de 1985, que ganó por primera vez el Campeonato Argentino de Uniones. Me identifiqué mucho con esos gladiadores que mostraban una unión y unas agallas que contagian. Coria, Le Fort, Paz, Buabse, Bunader, Santamarina, Garretón, Ricci, Merlo, Sauze, Mesón, Terán y tantos otros. Eran el prototipo de jugadores valientes y comprometidos, que desafiaban los límites de sus propias capacidades. Su fiereza y competitividad los depositaban en un lugar diferente. Recuerdo esas batallas épicas contra potencias extranjeras como Sudáfrica o Francia, que le dieron al equipo una dimensión superlativa.
Esa camiseta naranja siempre fue respetada en cualquier ámbito. Tiene una mística especial y una identidad que trasciende fronteras. Para cualquier equipo, tanto del país como extranjero, jugar en Tucumán siempre ha sido una empresa de riesgo. Nadie se iba del Jardín de la República sin tener que batallar y dejar absolutamente todo para llevarse alguna recompensa.
El seleccionado tucumano es sinónimo de equipos compactos, sacrificados y comprometidos, con un grado de pasión y locura desbordante. Los destinos del rugby me han llevado en los últimos años a visitar muchas veces los clubes de Tucumán. Observar el grado de fanatismo y pasión con la que viven el día a día nuestro deporte es admirable. Son un espejo para los demás y un ejemplo para imitar.
Por último, una caricia que me regaló el rugby. Una leyenda de Tucumán como Santiago Mesón recaló en mi club, el SIC, en 1993. Tuve el enorme privilegio de compartir cancha algunos partidos. Ver desde adentro su calidad como jugador y su fina puntería fue verdaderamente mágico.